Esta semana
estuve, como dice la canción, viviendo en la carretera. Otro avión, otro taxi,
otro hotel. Uno entra en una rutina
donde las conversaciones están ya pre-establecidas. “No es la primera vez que está
usted con nosotros, ¿no?” “el peaje usted sabe no está incluido en la tarifa.” “Gracias
por usar nuestros servicio.” “Dos días…que poquito se queda usted con
nosotros”…etc…etc..etc… Por eso fue sumamente grato cuando al llegar a un hotel
de la cadena Starwood me sorprendieron con algo que no había oído antes:
“¿Le interesa
ganar 500 puntos si no le hacemos la habitación?”
Después de una
amable repetición (no debo ser el primero), donde se me aseguro que aunque no
me hagan la habitación puedo llamar a por toallas cuando quiera, pasé a la
duda: “pero… ¿500 puntos de Starwood?”
Otra sonrisa:
“Por supuesto señor” (lo de señor no me gusto tanto pues me hace sentir el
respetable, maduro y ya no tan interesante ejecutivo que soy).
De la duda al
recelo: “Mejor esta vez no…quizás la próxima.”
Otra sonrisa
mas: “Por supuesto señor” (y dale con lo de señor)… Esto es totalmente
opcional. Pero si cambia de opinión no dude en dejárnoslo saber.”
Del recelo a
la ansiedad: “Bueno, bien pensado…no se pierde nada por probar”
“Por supuesto
señor (doble banderilla) … sin ningún compromiso”
… y de la
ansiedad a la patética justificación (que desgraciadamente confirma mi status
de “señor”): “Claro, claro, siempre es bueno probar algo nuevo … ahí que
aprender algo nuevo todos los días…”
“Y si cambia
de idea no dude en dejarnos saber…Buenas noches SEÑOR.” (estocada final).
Recuperado en
mi cuarto del papelón hecho, me puse a meditar sobre esta experiencia sacando
dos conclusiones. Primero, reconocer la fuerza de los programas de lealtad.
Segundo y más importante, descubrir formas creativas de bajar costos dando
beneficios alternativos al cliente.
Que los
programas de lealtad son poderosos no es ningún hallazgo. Hace años que hago
malabarismos para no volar en otra aerolínea que no sea American Airlines. Voy
a Starbucks para juntar estrellitas, hago check in en Foursquare para ganar
medallas, uso la Amex para acumular descuentos o almuerzo en el restaurante de
la esquina para conseguir un postre gratis cada 10 veces. Uno ya está
programado hacer cualquier cosa por unos puntos más, y lo que no deja de
sorprenderme es como la posibilidad de “ganarle” al sistema unas millas
adicionales que “no se supone que te den” nos lleve hacer cosas que
generalmente consideraríamos totalmente inaceptables, como por ejemplo, que te
digan que no te hacen el cuarto en un hotel.
Pero lo más
interesante es la forma de usar los puntos como incentivo. Por lo general se
usan como recompensa por ser un cliente leal. Sin embargo en este caso los
puntos se usan para cambiar un comportamiento que cuesta a la compañía. La
industria aérea tomó hace tiempo el camino de sumar “fees” por servicios que le
costaban, pero perdonándoselos a sus mejores clientes. Acá en vez de sumar o
restar, te hacen un trueque. Puntos por servicio. Además por un servicio que si
te quedas una noche solo la verdad que no es el fin del mundo, pero que al
hotel a la larga le puede resultar en un gran ahorro.
Mi experiencia
no fue peor por aceptar la opción de puntos. Mas bien me sentí en control de mi
decisión de compra, contento de haber hecho algo de valor. Algo así como el
orgullo que sentía recordando que era más rico cada vez que tenia que bajar a
manubrio la ventanilla de mi primer auto cuando solamente era un pobre pero
mucho más interesante “señorito.” ¡Ahora a ver como me gasto mis millas como un
señor!
¡Hasta la próxima!
Con más de 20 años de trayectoria profesional, Hernando Ruiz-Jiménez combina una amplia experiencia corporativa (PepsiCo, Diageo, Leo Burnett) con exitosas aventuras empresariales (Impremedia, Wireless Idea) y estudios en las prestigiosas escuelas de negocios de Villanova y Stanford University, para traernos una visión fresca y distinta de los temas de interés y actualidad en el mundo del marketing.
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